Se acerca la hora de distribuir la comunión en la misa de las 13 h. Salgo del confesionario y me dirijo al sagrario a buscar el Santísimo para ayudar a mi compañero.
Paso al lado de algunas familias y no he podido por menos que fijarme en un cochecito. Se veía un bebé muy chiquitín. Muy por lo bajinis he preguntado a papá: ¿qué tiempo tiene? Diez días, me responde. Es su primera misa, queríamos presentársela al Señor.
Un escalofrío de emoción me ha recorrido. Su primera misa. Sin enterarse de nada, evidentemente. Dormidita, porque es una niña muy buena según me han dicho. Y ya en misa.
Dios conocía a la pequeña desde antes de nacer, desde toda la eternidad. Dios sabe que ha nacido, y la conoce en profundidad desde el seno materno. Sin embargo, los padres han sentido la necesidad de traerla a la parroquia y dar gracias a Dios con su hija. Y es que el agradecimiento a Dios se puede hacer de muchas formas.
Dios no necesita demasiadas palabras. Los padres no es fácil que las tengan contemplando esa criatura fruto de amor de los dos. Yo veía la alegría en sus ojos y su necesidad de dar gracias trayendo ya hoy a la niña a misa. Su primera misa.
Estas cosas te caldean el corazón. He avanzado hacia el sagrario y cuando tomaba en mis manos el copón he mirado a la Virgen. No os lo creeréis. Pero estaba sonriendo.
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